El principio de Arqímedes dice
que todo cuerpo sumergido en un fluido experimenta un
empuje vertical y hacia arriba igual al peso de fluido desalojado. El descubrimiento de dicho principio fue pura
serendipia.
Cuenta la historia que Hierón, el antes citado monarca de
Siracusa, hizo entrega a un platero de la ciudad de ciertas cantidades de oro y
plata para el labrado de una corona. Finalizado el trabajo, Hierón, desconfiado
de la honradez del artífice y aún reconociendo la calidad artística de la obra,
solicitó a Arquímedes que, conservando la corona en su integridad, determinase
la ley de los metales con el propósito de comprobar si el artífice la había
rebajado, guardándose para sí parte de lo entregado impulsado por la avaricia,
la misma, con seguridad, que al propio Popin impelía a realizar semejante
comprobación.
Preocupado Arquímedes por el problema, al que no encontraba solución, un buen día al sumergirse en el baño advirtió, como tantas veces con anterioridad, que a causa de la resistencia que el agua opone, el cuerpo parece pesar menos, hasta el punto que en alguna ocasión incluso es sostenido a flote sin sumergirse. Pensando en ello llegó a la conclusión que al entrar su cuerpo en la bañera, ocupaba un lugar que forzosamente dejaba de ser ocupado por el agua, y adivinó que lo que él pesaba de menos era precisamente lo que pesaba el agua que había desalojado.
Dando por resuelto el problema que tanto le había preocupado
fue tal su excitación que, desnudo como estaba, saltó de la bañera y se lanzó
por las calles de Siracusa al grito de ¡Eureka! ¡Eureka! (¡Lo encontré! ¡Lo
encontré!). Procedió entonces Arquímedes a pesar la corona en el aire y en el
agua verificando que en efecto, su densidad no correspondía a la que hubiera
resultado de emplear el artífice todo el oro y la plata entregados y
determinando, en consecuencia, que éste había estafado al Rey.
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